“En medio de emociones fragmentadas y de corazones flotando en el mar abierto, el Truman Show del arte comienza”, dice Ana Catalina Escobar, artista y candidata a magister en Gestión de Ciencia, Tecnología e Innovación, en su investigación “Criptopoéticas de una realidad dual en Medellín”, que adelanta para explorar el ecosistema cripto de la ciudad, con el propósito de entender sus dinámicas, narrativas, espacios y agentes, y ver cómo se influyen en la creación y el establecimiento de una comunidad de arte de vanguardia local.
Según Escobar, “el criptoarte es un tipo de arte que se hace en el mundo digital, que hace parte del arte digital y está dentro de la blockchain, que es un mundo protegido, encriptado y en el que todo está registrado”.
En su trabajo de campo se ha encontrado con espacios que fomentan su creación en diferentes barrios, como Bloque79 (Carlos E. Restrepo), Platohedro (Buenos Aires), HashHouse (El Poblado), Casa3B (Laureles), en los que coinciden curiosos, aprendices, académicos, gestores y artistas, entusiastas de lo que se conoce como la web 3.0, un tipo de red hecha de bloques (blockchain), en la que no existe una propiedad centralizada del contenido ni de las plataformas y en la que, a través de las criptomonedas, se pueden hacer transacciones entre personas sin ninguna intermediación.


El mercado del arte mundial alcanzó un punto de furor hace dos años cuando en febrero de 2021 la Casa Christie’s lanzó la subasta de una pieza de arte digital acuñada como NFT (un Non Fungible Token o token no fungible en español, que permite incrustar una pieza original en la blockchain), del artista Beeple (Mike Winkelmann), y que abrió con un precio de 100 dólares.
La obra, Everydays: the First 500 Days, se vendió por casi 70 millones de dólares, un récord del momento para cualquier obra de arte digital. El comprador original, un coleccionista de Miami, había adquirido el NFT del artista por 67 mil dólares. El campanazo de una fiebre de oro para cualquier artista resonó en todos los rincones del mundo. Para encontrar su propia guaca, ahora tenían que aprender a “mintear” (acuñar en español) y dejarse guiar de los mineros de la blockchain.
Un NFT es una interfaz de programación (ERC-721 standard) que permite convertir un archivo digital en un activo rastreable, con precio público y denominación de origen, por eso se le dice acuñar a la acción de crear un NFT. Mientras cualquier archivo digital puede ser replicado al infinito con solo cortar y pegar, los NFTs son finitos y fácilmente localizables en ese libro de contabilidad distribuida que es la blockchain.
Los CryptoPunks fue uno de los primeros proyectos que inspiraron el movimiento actual del criptoarte. Se trata de una colección de 10 mil caritas pixeladas, tipo videojuego ochentero, generadas por un algoritmo y que pueden ser compradas en la blockchain Ethereum, que garantiza que cada imagen es única y que ni una sola más puede ser creada ni modificada.
Originalmente se ofrecieron gratis a cualquiera que tuviera una billetera en Ethereum y rápidamente cada punk tuvo su dueño. Hoy se negocian en la blockchain con un precio base de 100 mil dólares la pieza. La más cara a la fecha ha sido la #5822, vendida en febrero de 2022 por 8 mil Ether (ETH), casi 24 millones de dólares.
La gran innovación de los NFTs, en este caso para el arte digital, es que le devolvieron el carácter único a la obra e introdujeron escasez a un mercado que ya contaba con plataformas como OpenSea, MakersPlace o SuperRare, dispuestas a dejar que los coleccionistas compraran arte usando criptomonedas como el Ether. Y cualquier artista puede acuñar NFTs en dichas plataformas y soñar con volverse “etéreamente” rico.


“La humanidad tiene un fetiche por poseer algo único”, dice Ana Escobar. Además, el largo encierro de la pandemia forzó al mercado tradicional del arte a abrirse a las posibilidades enigmáticas que representaban lo digital y las tecnologías emergentes, que suponían una disrupción en la manera cómo el arte podía ser creado, poseído y comercializado.
Y fue en el primer semestre del 2021, cuando la humanidad empezó a abrir sus puertas de nuevo, que conocimos una de las primeras experiencias exitosas de criptoarte en el ámbito local. El artista Camilo Restrepo acababa de terminar un ambicioso proyecto que le supuso pintar 503 alias de delincuentes y narcotraficantes publicados en el periódico El Tiempo durante 2020, que coronaba una larga reflexión de su parte sobre el fracaso de la guerra contra las drogas, cuando conoció por casualidad a Brandon Zemp, un estadounidense que estaba viviendo en Medellín y se había convertido en un experto en criptomonedas.
Zemp le explicó cómo funcionaban los NFTs y lo animó a acuñar una obra. A Restrepo se le ocurrió crear una imagen digital de una paca blanca de cocaína, literalmente un cubo blanco sobre un fondo blanco, y reproducirla en una serie numerada de mil: 1/1000, 2/1000, 3/1000, hasta la 1000/1000 y que tituló “A Ton of Coke” (Una tonelada de cocaína).
Como él mismo dice: “Me sentí como un obrero más de un laboratorio perdido en la selva, prensando pacas de coca… pero estaba en mi estudio, en un clima fresco, lanzando al “mar abierto”, a OpenSea.io, la primera tonelada de ‘cocaína’ en la historia que se puede comprar de manera legal, con un contrato amparado en la blockchain, sin intermediarios ni problemas legales”.
El número, además de diferenciar las pacas, les dicta el precio: la imagen 1/1000 vale 0.001 ETH; la 10/1000, 0.01 ETH; la 100/1000, 0.1 ETH; y la 1000/1000, 1 ETH. El precio de la paca 1000/1000 igualaba al de un kilo de cocaína real comprada en Colombia en ese momento y antes de ser enviada al mercado internacional. La primera la compró Zemp el 16 de junio. Ese día, el ETH estuvo entre 2.312 y 2.457 dólares; es decir, costó cerca de 2.4 dólares.


La noticia de un artista de Medellín que estaba vendiendo un kilo de “criptococaína” se regó como polvo y empezó a ser reproducida por medios reconocidos dentro y fuera del país. La guaca, en este caso, tenía la forma de una caleta. Al mismo tiempo, como suele suceder, otros artistas locales estaban también dándole sus primeras paladas a la web 3.0, con la esperanza de abrirles un camino rentable y sin intermediarios a sus obras.
En septiembre de ese 2021, un grupo de artistas venidos del mundo del grafiti y el brandalismo –este último un movimiento que interviene y modifica logotipos de empresas e instituciones famosas para “agitar la cultura”–, como La Plaga Invade, Ledania y Maniatic, lanzaron Key to Crypto, “la primera muestra de NFTs en Colombia”, un evento de cuatro días en la casa 747 del barrio Manila.
“Fue el primer evento independiente abierto, yo hice la campaña”, recuerda Maniatic. “Llamamos a los amigos artistas de todo el mundo, vinieron Kinchasa, Ezincrypto, Masnah, les abrimos billeteras a las personas, en ese tiempo ‘mintear ‘una obra en OpenSea valía 150 dólares, y entre los mismos que vinieron nos compraron para entrar al juego… La Plaga y Ledania pintaron con los óculos, hubo música, exposición, coworking, creando pedagogía. Estaba Whorm y le dijimos que hiciera un gif para mintearlo, queríamos darle la ‘llave’ a todo el mundo, era una nueva economía, llegó una guaquita, aprovechemos», dice.
Al otro lado del río, en Carlos E. Restrepo, Juan Esteban Giraldo y Sebastián Pérez encontraron el Bl. 79 y crearon un espacio para experimentar y expandir el conocimiento de las herramientas necesarias para crear criptoarte.
“Allí empezamos a hacer encuentros con artistas para preguntarnos sobre lo que estaba sucediendo con estas tecnologías. Hice mi primer minteo, es decir, la subida de obras digitales en la blockchain, un NFT en la plataforma OpenSea. Acuñé la colección Rendering Error, una animación sencilla que, a través de código y de forzar el software, generaba unos errores controlados, que se referían a unas imágenes 2D que salían en 3D, y vendí un par”.
Al año siguiente se juntaron con Ana Escobar y alojaron la serie de sesiones en vivo “Charlas criptopoéticas” para hablar con artistas, agentes culturales y expertos en el naciente mundo cripto de la ciudad, como Brando Zemp, Catalina Vásquez, María Páramo, Úrsula Ochoa y Camilo Restrepo.


Por la misma época, en Conquistadores, donde abrió la primera sede de Casa3B, Redie Jules, artista, gestora cultural y publicista de profesión, empezó a buscar programación y se encontró con la onda de los NFTs. “A la casa llegaron unos personajes de Platohedro, en Buenos Aires», recuerda Redie.
“Sandusky, Código Fatal, Taja Soft, Donalex fueron los grandes maestros, eran programadores y conectaron las ideas que yo tenía con la comunidad e hicieron que la gente se interesara y empezamos a colaborar, empecé a tener herramientas, páginas web, todo lo que envuelve la web 3.0. Y la parte política de los anónimos que invitaron la blockchain, la utopía de crear algo más justo y que el mundo se puede construir colectivamente, sin jerarquías verticales”.
En la actual sede de Laureles, Casa3B aloja y programa eventos para aprender y difundir el criptoarte y ha sido punto de encuentro de artistas amateurs y algunos ya cotizados, que han conseguido vender y crear sus propias comunidades y hoy exponen y venden en el mercado internacional, como Rata Yonqui y Saint MG.
Redie habla con emoción de artistas como Uh Caribe, venezolana residente en Medellín, quien “todo el tiempo está en función de gestar personajes y genera una conexión directa con esos mundos que ella tiene”. Y de Mental Noise, quien “trabajaba frustrada en una oficina y hace un año tomó la decisión de dedicarse a los NFTs y está viviendo de crearlos”. Dos historias que nacen de una inconformidad y una búsqueda de nuevas formas de expresión, y han logrado autonomía y vivir de su talento.