La puerta, que simula un biombo japonés, permanece cerrada y así permanecerá hasta que la “token”. Para entrar a Hash House es necesario tener un NFT o token no fungible (imágenes digitales creadas en blockchain, únicas e irrepetibles) de la colección del club o, para los más novatos, al menos una invitación. Los hombres vestidos de negro que bloquean el paso no dirán ni una palabra y esperarán a que el extraño frente a la puerta se presente formalmente mostrando su NFT. Mientras esto no ocurra, la puerta permanecerá cerrada.
El biombo se corre lenta y mecánicamente, descubriendo un espacio inesperado. Hay una barra de la que salen tragos con rodajas de limón, butacas altas de las que cuelgan pies, tumbonas cercanas al piso y una terraza donde la música retumba tan fuerte como adentro. Es increíble, pero aquí solo se habla de tecnología.

Alberto y Felipe Vásquez y Oscar Bertron, dos hermanos paisas y un francés, imaginaron un lugar físico –la aclaración es fundamental en este tipo de asuntos en los que casi todo ocurre en el mundo virtual– donde solo se habla de tecnología, especialmente de blockchain. Así surgió Hash House, un club privado en pleno El Poblado, que tiene como meta: convertir a Medellín en el crypto valley de Latinoamérica.
Pero, ¿qué es el blockchain?
El entusiasmo que emerge ante la idea de conversar sobre crypto y blockchain indica que lo que aquí ocurre tiene trascendencia. El licor y la música amplifican las emociones y los ademanes, pero ninguno de los asistentes parece fingir, nadie esquiva la idea de conversar sobre tecnología. Lo desean: aquí están todos los que por fin entienden la conversación.
Por supuesto, cada tanto se cuela alguien que no entiende bien el asunto, pero esto no los desanima, al contrario, motiva otro tipo de conversación en la que los miembros tienen la oportunidad de demostrar su conocimiento.
“Nadie esquiva la idea de conversar sobre tecnología. Lo desean: aquí están todos los que por fin entienden la conversación”.
Oscar contesta tranquilamente ante la pregunta de qué es una blockchain: “A mí me gusta definirlo como una red de coordinación que facilita las transacciones o transferencias de datos de manera virtual sin intermediarios. Una tecnología con la que reemplazamos la confianza que ponemos en las instituciones por el consenso”.

El consenso al que se refiere es uno automático. No habla de llegar a acuerdos entre humanos. Este es el consenso de las máquinas, el acuerdo al que las matemáticas nos permiten acceder. Quizá el más justo de todos, el más transparente.
La validación de las transferencias funciona según cada blockchain lo determine. En el caso de bitcoin (una de las más conocidas) cada vez que se realiza una transacción, varias computadoras alrededor del mundo –escogidas al azar– compiten por solucionar un algoritmo matemático lo más rápido posible. Para esto, las máquinas trabajan a toda velocidad y sufren un gasto de energía tremendo. Sin embargo, la persona detrás de un validador confiable recibe recompensas: en el caso de bitcoin puede ser una fracción de la moneda que se está negociando.
“El nivel de conexión y confianza que tendrás con alguien de carne y hueso nunca será el mismo que con alguien detrás de una pantalla”.
Oscar Bertron.
No hay manera de hacer trampa: cada servidor que valida es validado a su vez por otras computadoras y aquellos que busquen cometer fraude pueden llegar a perder parte de sus criptomonedas. Parece un sistema completamente blindado.
Sin embargo, los miembros de Hash House vienen buscando algo que las máquinas no pueden ofrecerles: confianza.
¿Para qué les sirve la presencialidad?
Bertron lo explica con facilidad: “El nivel de conexión y confianza que tendrás con alguien de carne y hueso nunca será el mismo que con alguien detrás de una pantalla. En estos temas de crypto y blockchain, que son tecnologías disruptivas y muy nuevas, que pocos entienden, se necesitan círculos de confianza”.
Es cierto que el letrero de luces que cuelga en la mitad del club y dice: “Medellín, the real crypto valley” es la razón por la que muchos buscan entrar, aunque otros tantos se rehúsan a hacerlo. Las cada vez más frecuentes estafas con las “shitcoins” o las falsas criptomonedas, han ahuyentado a muchos de lugares como este y generan cierta resistencia e incredulidad ante palabras como crypto o blockchain.

Si hay algún tipo de filtro en Hash House es para mantener a raya a los estafadores, según explica Oscar. Como toda comunidad, esta se reúne alrededor de un enemigo común, en este caso, los multiniveles y los “sé tu propio jefe”, eso que le ha manchado la cara a su negocio.
“Lo interesante es que estas personas, que en realidad no usan crypto ni blockchain, se filtran solas. Cuando ven que somos un club de gente tech, se apartan, porque en realidad esas estafas funcionan por la brecha de conocimiento, por la ignorancia de muchos en el tema. Ellos notan que aquí sabemos de qué hablan y prefieren no venir”, dice.
Es por esto que una de las preocupaciones del club es educar a las personas, enseñarles de qué se trata el crypto y el blockchain e ir disminuyendo la brecha. Los lunes, por ejemplo, la charla es más informal, y todo el que llega busca libremente con quien hablar. Los miércoles, en cambio, son de educación y se lleva a ponentes o conferencistas a que hablen de su propia experiencia y aprendizaje sobre estos temas. Todo gira alrededor de capacitar las personas que lo deseen.

¿Quiénes son los que asisten al club?
Aunque es difícil describir a los que llegan al club, por ser un grupo diverso, es fácil encontrar un patrón: todos ven una oportunidad en la tecnología. Algunos hablan directamente de blockchains, otros de NFTs, otros más de un sistema de votación abierto y confiable, otros de comercializar criptomonedas.
De cualquier manera, lo que aquí se dice es valiosísimo para los miembros. Todos asienten y aplauden ante el conferencista, intercambian números de teléfono y se cuentan de sus propios emprendimientos. Esta es su vitrina, su catálogo.
30
Actualmente Hash House tiene unos 30 miembros.
Oscar dice que los visitantes que prefiere son los que llegan sin saber nada y terminan entusiasmándose al final de una charla. Solo cuando en realidad se les escucha a los iniciados hablar del tema con propiedad, pero especialmente con satisfacción, se entiende que lo que pasa en la casa es –o será– determinante.
Parece que ni siquiera aquí, en el mundo de la tecnología y lo digital, la interacción humana ha perdido su importancia.